A vuestra imagen y semejanza
Más de cincuenta generaciones han crecido aprendiendo que fuísteis creados a Nuestra Imagen y Semejanza. No deja de ser irónico, pues en apenas veintiún siglos la única imagen que ha cambiado para adecuarse a vuestro mutable pensamiento (algunos aún lo llamáis evolución, ilusos...) ha sido la mía.
Recapitulemos, sólo a grosso modo:
Para los primeros cristianos (todavía ni se les llamaba así), los que me conocieron, Yo carecía de imagen. Tenían Mi recuerdo fresco en sus memorias, y los apóstoles les servían la vehemencia necesaria para que dicho recuerdo se grabase a fuego en sus almas.
Luego me convertí en un una fuerza casi telúrica, y las representaciones que de Mí se hacían eran más simbólicas que naturalistas. El elemento divino seguía eclipsando al humano.
En el siglo V la Iglesia pasó a ser iglesia, pasó de ser un ente vivo a una institución jerarquizada, provista de poderes divinos por decisión humana. Yo empecé a reencarnarme en modelos humanos. Pero el mensaje seguía prevaleciendo -ya malinterpretado- sobre el mensajero, y las tallas que de Mí se hicieron me presentaban contrahecho, horroroso, de facciones nada agraciadas, casi bestiales, pues entendían que la carne era perecedera, y a punto estuvieron de representarme en plena putrescencia.
Ahí comenzó el proceso de banalización de Mi imagen...
De ser alto, delgado y enjuto en el románico pasé a convertirme en el portador de la proporción áurea y modelo de cuadros atormentados (en tanto que mostraban diversas escenas de mis numerosos tormentos) en el romanticismo. Este sindiós se ha mantenido así hasta llegar a un momento como el actual, en el que prima un sistema de valores huero. Ya no existen los mensajes, sino los mensajeros. Todo tiene valor mientras se obtenga un icono, algo que lo represente gráficamente, y Yo no iba a ser menos: ya no represento, soy. Pero en este proceso se ha perdido no la esencia de Mi mensaje, sino el mensaje mismo.
Como sigáis así, me veo reivindicado como el primer metrosexual de la historia.
Recapitulemos, sólo a grosso modo:
Para los primeros cristianos (todavía ni se les llamaba así), los que me conocieron, Yo carecía de imagen. Tenían Mi recuerdo fresco en sus memorias, y los apóstoles les servían la vehemencia necesaria para que dicho recuerdo se grabase a fuego en sus almas.
Luego me convertí en un una fuerza casi telúrica, y las representaciones que de Mí se hacían eran más simbólicas que naturalistas. El elemento divino seguía eclipsando al humano.
En el siglo V la Iglesia pasó a ser iglesia, pasó de ser un ente vivo a una institución jerarquizada, provista de poderes divinos por decisión humana. Yo empecé a reencarnarme en modelos humanos. Pero el mensaje seguía prevaleciendo -ya malinterpretado- sobre el mensajero, y las tallas que de Mí se hicieron me presentaban contrahecho, horroroso, de facciones nada agraciadas, casi bestiales, pues entendían que la carne era perecedera, y a punto estuvieron de representarme en plena putrescencia.
Ahí comenzó el proceso de banalización de Mi imagen...
De ser alto, delgado y enjuto en el románico pasé a convertirme en el portador de la proporción áurea y modelo de cuadros atormentados (en tanto que mostraban diversas escenas de mis numerosos tormentos) en el romanticismo. Este sindiós se ha mantenido así hasta llegar a un momento como el actual, en el que prima un sistema de valores huero. Ya no existen los mensajes, sino los mensajeros. Todo tiene valor mientras se obtenga un icono, algo que lo represente gráficamente, y Yo no iba a ser menos: ya no represento, soy. Pero en este proceso se ha perdido no la esencia de Mi mensaje, sino el mensaje mismo.
Como sigáis así, me veo reivindicado como el primer metrosexual de la historia.
3 Comments:
Hombre, pues con esa melenilla y ese pecho depilado del que mamamos (con perdón) todos en nuestra infancia, algo metrosexual sí que sí...
Tones
Esa melena, esa barbita joder! eras el terror de las nenas!
vaya, descubrió god la esencia del pop observando a la plebe
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