20041119

El estrés de la Parusía

Me siento como un crack futbolístico, un galáctico como los llamáis ahora, en el que se depositan las esperanzas de todos los seguidores del club, como si su sola presencia en el campo bastase para ganar el encuentro. Y no. No es tan fácil.
Llevo muchísimo tiempo calentando en la banda, y el entrenador nunca se decide a sacarme. A pesar de que las señales cada vez se aprecian más claramente, mi Padre aún persiste en Su cabezonería. Dice que sólo apareceré al final de los tiempos. No antes.
Tras Woytila le daréis la razón a Nostradamus en aras de la corrección política y elegiréis al catalizador del fin del mundo. Vuestro siguiente Papa enloquecerá y creará dogmas de fe totalmente arbitrarios y de imposible infalibilidad. Como consecuencia, se demostrará la falsedad de la Iglesia como institución de origen divino, y ése será el principio del fin del cristianismo. Se comprarán bulas y se venderán prebendas, se sortearán beatificaciones y se establecerá una supuesta línea directa con Dios, como si no tuviese nada mejor que hacer que escuchar vuestras fatuas, vacuas e inútiles súplicas. Por muy encariñado que esté con vosotros, insignificantes criaturas que no llegáis ni a mascotas.
Entonces me mostraré con mis diez ángeles de destrucción. Seremos el once titular, por seguir el símil deportivo, y no dejaremos piedra sobre piedra ni pecado sobre alma. Serán días difíciles para vosotros, que esperáis una parusía incruenta y amable, un retornar al cielo con buenas palabras. Lo último que esperáis es un Mesías Guerrero y Vindicador, el brazo ejecutor de mi Padre. Pero es lo que tendréis.
Los muertos que aún puedan caminarán sobre la Tierra, y los que no lucharán por hacerse con un cuerpo con el que caminar, y las huestes celestiales se encarnarán en cadáveres correosos y descompuestos, y ellos serán los que guíen a las pocas almas puras la Jardín del Edén. Y yo reinaré sobre una Tierra agonizante, muerta, un erial bendecido por las llamas del Espíritu Santo, un campo de batalla yermo, bañado en sangre incrédula y cobarde. Porque, prestad atención, el nuevo hombre no nacerá del hombre.
Ése será mi cometido. Mientras tanto, me preparo a conciencia para no desmerecer la voluntad de mi Padre. Pero eso no quita para que me muerda las uñas y recorra el perímetro del cielo yendo y viniendo, con el estrés rebosando por mi cuerpo en gotas de sudor denso, maná para los profetas.
Como un león enjaulado, que sueña el sacrificio de los que le admiran.