20090304

La parábola de los calcetines blancos

Se ha perdido, diluido entre bulas artificiosas y artificiales, el valor del sacrificio. Osáis enfrentaros de igual a igual a Vuestro Hacedor. Vosotros, que sois una cifra irrisoria de almas miserables, el contenido apenas de mi Sagrada Gónada, os permitís el jugar cara a cara con Vuestro Dios...
Siguiendo el ancestral legado de la parábola, esa suerte de enseñanza para retrasados mentales, os simplificaré mi anuncio con la parábola de los calcetines blancos:
Cuando Mi Padre aún podía hacerse llamar Yahvé, si un alma incauta hubiese accedido a las puertas del paraíso con calcetines blancos, mendigando un lugar a Nuestro lado, su reacción lógica -y colérica- habría sido enviar al infeliz de cabeza al infierno, a hacerle compañía y a darle trabajo a Nuestro Mejor Asalariado.
Cuando Mi Padre perdió su Divina Razón y Me hizo bajar a mezclarme con vosotros, alimentos de ángeles degenerados, abrió las puertas del cielo a todo aquél que se acercase a fisgonear por la cerradura.
Pero ahora que somo Divina Paridad, ahora que hemos comido y regurgitado al Padre, si alguien intenta entrar en Nuestro Reino con calcetines blancos podrá hacerlo siempre que asimile el valor del verdadero sacrificio: podrá acompañarnos en Nuestro devenir por la eternidad, pero para acceder a Nuestro Club tendrá que entrar con los pies amputados.