20041015

Pataletas de niño endiosado

Apenas había abandonado la lactancia cuando me fue revelada mi verdadera naturaleza, mi misión y mi sacrificio. Y me volví loco. Casi literalmente. Todavía conseguía sobrellevar la relación con mi madre, pero con el carpintero -y con el resto de la gente- la situación fue paulatinamente deteriorándose.
Yo tendría unos cinco años. Un sábado, día sagrado por antonomasia (sería inútil explicaros el concepto de día de recogimiento, hoy las fiestas son todas paganas y preñadas de excesos) yo me encontraba jugando con barro y agua. Había modelado una docena de gorrioncillos de los que estaba especialmente orgulloso, pues sólo les faltaba volar para pasar por verdaderos. Uno de los niños fue al carpintero con el cuento de que estaba amasando arcilla en sábado. El pobre hombre vino a reprenderme, y recuerdo que deseé, abochornado, que los pajarillos fuesen de carne y plumas verdaderas para callarlo. Y echaron a volar, sin más. Fue mi primer milagro. Eso sí, involuntario.
Otra de aquellas pequeñas raposas que me acompañaban destruyó la presa que había construído con mis propias manos y que me abastecía de barro, y el agua escapó de su cárcel de arena. Con mis nuevos superpoderes recién descubiertos lo imaginé a él sin agua en su cuerpo. Y allí mismo se secó como la flor en la ventisca.
Pero no acabaría ahí aquella aventura, pues otro infante chocó contra mí mientras yo huía del castigo del carpintero. Me hizo caer al suelo, y, ebrio del poder recién investido por mi Padre Celestial, trunqué allí mismo su camino segando su vida de raíz. En ningún momento sentí misericordia ni pena o condescendencia: mis poderes aún no habían pasado por el tamiz de la racionalización.
El carpintero intentó inculcarme aquella enseñanza, pero sus palabras apenas representaban una efímera brisa en el huracán de mi corazón, aquél que distribuía sangre divina entre órganos que se acabaron comiendo los gusanos.
Y desde aquel día el carpintero me tuvo miedo, y se arrugaba ante mi presencia, temiendo ser el gran castigado en aquella nueva epifanía.

20041006

A vuestra imagen y semejanza

Más de cincuenta generaciones han crecido aprendiendo que fuísteis creados a Nuestra Imagen y Semejanza. No deja de ser irónico, pues en apenas veintiún siglos la única imagen que ha cambiado para adecuarse a vuestro mutable pensamiento (algunos aún lo llamáis evolución, ilusos...) ha sido la mía.
Recapitulemos, sólo a grosso modo:
Para los primeros cristianos (todavía ni se les llamaba así), los que me conocieron, Yo carecía de imagen. Tenían Mi recuerdo fresco en sus memorias, y los apóstoles les servían la vehemencia necesaria para que dicho recuerdo se grabase a fuego en sus almas.
Luego me convertí en un una fuerza casi telúrica, y las representaciones que de Mí se hacían eran más simbólicas que naturalistas. El elemento divino seguía eclipsando al humano.
En el siglo V la Iglesia pasó a ser iglesia, pasó de ser un ente vivo a una institución jerarquizada, provista de poderes divinos por decisión humana. Yo empecé a reencarnarme en modelos humanos. Pero el mensaje seguía prevaleciendo -ya malinterpretado- sobre el mensajero, y las tallas que de Mí se hicieron me presentaban contrahecho, horroroso, de facciones nada agraciadas, casi bestiales, pues entendían que la carne era perecedera, y a punto estuvieron de representarme en plena putrescencia.
Ahí comenzó el proceso de banalización de Mi imagen...
De ser alto, delgado y enjuto en el románico pasé a convertirme en el portador de la proporción áurea y modelo de cuadros atormentados (en tanto que mostraban diversas escenas de mis numerosos tormentos) en el romanticismo. Este sindiós se ha mantenido así hasta llegar a un momento como el actual, en el que prima un sistema de valores huero. Ya no existen los mensajes, sino los mensajeros. Todo tiene valor mientras se obtenga un icono, algo que lo represente gráficamente, y Yo no iba a ser menos: ya no represento, soy. Pero en este proceso se ha perdido no la esencia de Mi mensaje, sino el mensaje mismo.
Como sigáis así, me veo reivindicado como el primer metrosexual de la historia.